Retrato en sepia

D.B.

No es la clase de título al que está habituado el lector de esta revista, pero la historia sí. Lo que recuerda la novela de Isabel Allende, que nos cautivó a principios de este recién estrenado siglo XXI con una portentosa saga familiar de finales del XIX, son las entremezcladas historias humanas que vienen de algún sitio y fluyen por otro, hasta desembocar en el cauce de las coincidencias más insospechadas que ponen cara y apellido a lo aprendido en libros y universidades.

La cara y el apellido son de Evaristo Ayestaran, quien trabajó durante 40 años en el laboratorio de la Fábrica de Añorga de Cementos Rezola, y que en una ocasión compartió escenario con el distinguido investigador e ingeniero, Eduardo Torroja.

La inauguración de un nuevo centro cultural en cualquier ciudad que cuide su imagen hoy en día, evoca el símil de ‘efecto Guggenheim’, con más rapidez aún de la que se darían los turistas en visitarla. El ‘efecto Gaudí’ ha sido acuñado por The Guardian para rendir el máximo homenaje arquitectónico a la última obra de Santiago Calatrava, el Palau de les Arts Reina Sofía en Valencia. La fama de estos iconos de la Modernidad hace mucho que ha traspasado el dominio exclusivo del arte para pasar a simbolizar además su ‘humanización’. Imprimen un sello de exclusividad a las ciudades al tiempo que se dejan impregnar por el aroma que éstas desprenden, abriendo un constante diálogo con sus habitantes y huéspedes. (…)